R.I.P. Itachi Uchiha, Tzimisce

Madara, Matusalén Tzimisce
La venganza de Madara

Madara camina despacio pisando el mugriento suelo de la cárcel de Jerusalén. Se encuentra en las mazmorras más recónditas, donde los presos que allí yacen mueren olvidados.

Frente a la ultima celda del pasillo una mesa con un tablero de Xaturanga con sus piezas situadas en Xate mat, Rey muerto. Ganan las negras. Al otro lado de la oxidada reja un encapuchado degusta una rata a bocados y cuando termina el manjar, chupándose los dedos levanta la cabeza y mira al extranjero que llena la estancia con su imponente presencia.

Encapuchado. – Madara. ¡Qué sorpresa!. Lamento la muerte de tu hijastro Itachi. Me gustaba hablar con él y no jugaba mal –dice mirando el tablero de piezas blancas y negras talladas en madera.

Madara hace un gesto de aprobación con la cabeza y el preso continua hablando.

Encapuchado. – Al menos se llevó su secreto más preciado a la tumba. Ya nadie sabrá que pertenecía a una línea de sangre que se cree extinta hace más de mil años. Pocos han sabido nunca de su existencia y si lo hubieran hecho seguramente le hubiera creado problemas.

Madara asiente conforme esperando las palabras del encubierto hombre.

Encapuchado. – Le conté la leyenda de Mandalay y alguna historia más, pero jamás pensé que mis enigmas le llevasen a la muerte…

Madara. – No lo han hecho. Otra cosa lo mató –interrumpe el Matusalén Tzimisce.

Encapuchado. – Tras conseguir ser Paladín de la Capilla Tremere de Jerusalén. Ayudó a construir la primera capilla Tremere en Jerusalén, y estuvo en la defensa de los ataques de Bogdan y el Desollador. Tras ello fueron recompensados por Mara, su Regente. Había elegido un bando, los Tremere. No podía acabar bien…

Juego del Xaturanga

Madara permanece en silencio como si supera todo eso y mucho más.

Madara. – Se que Nahum, el chiquillo de Saulot, fue diabolizado por Mara y que su ambición se vio truncada cuando el Salubri poseyó el cuerpo de la Tremere. En su posición ha construido la primera Capilla Tremere…

Encapuchado. – Estas bien informado…

El cautivo se acerca a los barrotes, extiende su mano derecha fuera de la celda, hacia Madara, y le da algo. El viejo Tzimisce mira su mano y en ella hay un pequeño amuleto tallado en madera. Sobre su superficie tiene modelada una antiquísima runa eslava que satisface a Madara.

Madara aprieta el trozo de madera en su mano y éste desaparece. Después se acerca a la puerta de la celda, posa sus blancas y poderosas manos en la cerradura cerrando los ojos. El duro metal se funde al instante dejando un agujero vaporoso.

El encapuchado mira a Madara antes de abrir la puerta y con un movimiento rápido y certero el Matusalén empuja la puerta desencajándola.

Madara. – Has hecho tu labor, orientaste a Itachi como te pedí. Y me has dado la respuesta que buscaba. Ahora eres libre.

Encapuchado. – Esperaba tu llamada, lo sé porque se aferraba fuertemente al anillo que le regalaste –dice mientras sale de la celda de forma tranquila y ordenada. 

Madara aprieta los puños y cierra los ojos recordando…

 

Itachi, Tzimisce
Recordando

Madara se encontraba en la otra punta del mundo pero aun así sintió fuertemente la muerte definitiva de Itachi, su mejor aprendiz. El Tzimisce quedó paralizado sin saber cómo reaccionar. Todo perdía su sentido cuando los padres sobrevivían a los hijos. Ya había ocurrido más veces pero esta vez era muy diferente.

Sabía que buscar a Mandalay podía acabar de esta forma. Nunca fue alguien con quien se pudiera negociar fríamente, pero no tan rápido. El Matusalén Tzimisce tenía claro que nadie puede pactar con una fuerza de la naturaleza, pero había que intentarlo y si alguien podía conseguirlo era el leal Itachi.

Recordó los tiempos en los que eran escasos los Vástagos que poblaban el mundo. Vinieron a su mente sus dos hermanos el sabio Dracon, primer Obertus y el curioso Sizio, compañero con el que descubrió el poder que desataría el infierno en sus vidas. Tres chiquillos de Tzimisce y la historia de la maldición de los Uchiha...

Nunca pudo olvidar esos símbolos arcanos que descubrieron: “Traerás la Oscuridad a este mundo a cambio de tu propia Luz”. El último paso de aquel ritual que le daría un poder inabarcable requería el asesinato de un ser querido… y todo aquello cobraba sentido ahora que Itachi Uchiha había muerto. El también había heredado la maldición y con él había muerto el sueño de unos hermanos que solo querían la paz.

 

Chernabog, Dios negro
El culpable

Madara tenía muy claro quién era el culpable. Siempre había deseado su final y estaba atado a Itachi para toda la eternidad, formaba parte de la maldición. Mientras Itachi le ofreciese sacrificios a Kupala no podría hacerle daño alguno pero de alguna forma el Demonio oscuro Chernabog había conseguido su alma.

Chernabog el Dios negro, pensó Mandara, una deidad eslava de la que ahora se sabe relativamente poco. Un poderoso Dios oscuro y maligno del antiguo panteón eslavo. Este demonio se había tomado un interés especial por el alma de su pupilo Itachi.

Madara nunca supo como había sucedido, puede que no hubiera explicación para ello, pero sabía que se aparecía ante Itachi de vez en cuando, en sueños, buscando recuerdos en su mente con la intención de ganarse su sabrosa alma. Pero Itachi siempre lo tuvo encadenado gracias a los ritos sangrientos y con la ayuda de Kupala, un rival milenario de Chernabog.

Después de siglos, regresó a aquel templo en lo alto de la montaña sagrada para realizar un último ritual. La invocación duró varias noches y Madara realizó cada paso con sumo cuidado hasta completarla. Quería respuestas y las iba a obtener. El pentagrama de sangre, las velas negras, la sangre de virgen el incienso… todo estaba listo.

Entonces Madara pronunció los antiguos salmos en una lengua ya olvidada para invocar al viejo Dios negro Chernabog, el poderoso asesino sangriento.

La oscuridad absorbió las velas y en penumbra, entre el humo, apareció el Dios negro. Estaba encerrado en un enorme pentagrama que ahora iluminaba el fuego infernal. El indescriptible horror de la imagen del demonio se hizo con la atención de los cansados ojos de Madara que lo observo pensativo.

Chernabog. – ¡Madara! hace mucho tiempo que no se de ti. –El Matusalén Tzimisce permanece impasible– El mentor Infame del que todos los Cainitas de cierta edad desconfían. Todos sienten antipatía por ti, muchos creen que estas peligrosamente loco, otros creen que mataste a toda tu estirpe sin remordimientos ni una buena razón. Lamento la muerte de tu ahijado Itachi, a quien nadie veía con buenos ojos por tu culpa, “los pecados de los padres, pesan sobre los hijos”…

Madara tenía la conciencia tranquila su posición en la Gran Corte y siempre le había otorgado un honor peculiar. Este prestigio le había ayudado muchas veces y había abierto muchas puertas invisibles, también para Itachi.

Madara. – Dime como conseguiste el alma de mi hijo Itachi. –La voz atronadora del Matusalén resuena en la caverna mientras el fuego negro arde dibujando el pentagrama que aprisiona a Chernabog.

Chernabog. – Fue muy sencillo envenenar la mente del viejo y cansado Nahum y convencerle para que para que lo matara ante la más mínima ofensa. Sus sacrificios a Kupala, su fuego infernal, sus ojos inhumanos… muchas señales para que un santurrón Salubri tomara la decisión correcta mandando a Itachi al otro mundo y dejándome a mí su alma para toda la eternidad. –Sonríe Chernabog recordando la escena de su muerte.

Madara. – ¡No podías hacerlo! estabas saciado con sus sacrificios. ¡Ese era el pacto! –grita el Matusalén conteniendo su bestia interior.

Chernabog. – ¿Romper un pacto? cosa de niños, ¿Quién dice que los demonios no podemos romper un pacto? Si los frágiles humanos pueden hacerlo, nosotros también…  –dice Chernabog orgulloso– además, yo no soy un demonio… ¡SOY UN DIOS!

Madara. – No se merecía morir así. ¡Has cavado tu propia tumba! –Amenaza Madara señalando al demonio con el dedo índice.

Chernabog. – ¿y qué vas a hacer? ¿no dejarme salir? –se burla Chernabog.

Amuleto de Belobog,
Dios blanco
Madara abre la mano y muestra un pequeño talismán labrado en madera. El mismo que le dio el encapuchado. En él una runa eslava que representa a un Dios: Belobog, el Dios blanco hermano y contraparte de Chernabog.

Cuando el demonio sanguinario de Chernabog ve el símbolo de su odiado hermano queda perplejo e inmóvil.

La luz emana del talismán desatando una tormenta sobrenatural de la que emerge Belobog, el Dios blanco que eleva iracundo su báculo sagrado mientras habla en un idioma ignoto.

Ambas deidades se funden en una encarnizada lucha que Madara deja tras de sí. Sea cual fuere el resultado el Matusalén está más interesado en terminar cierto asunto pendiente…

 

Belobog, Dios blanco


Ojo por ojo…

Madara se encuentra dentro de la Capilla Tremere. Le sorprende lo sencillo que ha sido entrar. Nadie vigila el exterior y no parece haber nadie tampoco dentro. Ninguna presencia humana ni sobrenatural en el templo. ¿Esto es normal? 

El Matusalén observa el esqueleto del dientes de sable. Camina pausadamente hacia la celda donde hasta hace poco se ocultaba el sarcófago de Janosz con Katja, Sire de Vadjanosz, en su interior.

El poderoso Tzimisce cierra los ojos y tras unos segundos se dirige hacia una de las paredes de la estancia vacía. Un portal que rasga la realidad y se abre dejando ver el otro lado. En él hay una cámara oscura con un sencillo sarcófago de piedra situado en el centro.

Madara atraviesa el portal cerrándose tras él y en plena oscuridad mira el sepulcro con sus ojos rojos y su enigmático iris dibujado. Abre la pesada cubierta de la tumba mortuoria con mucha delicadeza y sin apenas esfuerzo.

En su interior descansa el cuerpo de una mujer vestida con ropajes sarracenos, Mara, la Regente Tremere de Jerusalén; En realidad Nahum el Salubri de cuarta generación, la misma que Madara.

Madara hace crecer sus colmillos y sonriendo se acerca al cuello de la mujer mientras susurra: “Traerás la Oscuridad a este mundo a cambio de tu propia Luz”

 

Nahum en el cuerpo de Mara