Nuevo personaje: Itachi, Tzimisce

Itachi, Tzimisce


Itachi su mentor, ambos del clan Tzimisce, llegaron a Transilvania para presentarse ante el famoso conde Radu. A petición de éste, el propio Itachi viajaría a Tierra Santa para ayudar a su chiquilla Ekaterine. Pero… ¿de dónde vienen? ¿Qué hacen aquí? ¿Cuál es su pasado?

Toda su historia comienza hace muchos siglos en la propia Transilvania y lo hace con el nombre de un Tzimisce, el mentor de Itachi:

 

Madara Uchiha, 1371 a. C.

En aquellos tiempos, escasos eran los Vástagos que poblaban el mundo, tan solo los Antediluvianos y algunos pocos de sus chiquillos que investigaban sobre su no vida y sobre el rumbo del mundo en el que vivían.

Dracon,
hermano de Madara y Sizio

Esta historia nos lleva a Transilvania, donde algunos de los chiquillos de Tzimisce convivían con sus más y sus menos sin la tutela de su padre. Entre ellos había tres a los que les gustaban especialmente las artes arcanas, Dracon, Sizio y Madara.

Mientras Dracon se dedicaba mas al estudio puramente informativo a los otros dos les gustaba experimentar con viejos pergaminos y manuscritos de poderes a veces desconocidos. Y fue así como empieza la leyenda Tzimisce sobre la maldición de los Uchiha...

Fue precisamente en uno de estos pergaminos donde los hermanos  encontraron un ritual sobre algún tipo de poder desconocido donde se podría leer claramente al final de unos símbolos arcanos una inscripción que decía así:

“Traerás la Oscuridad a este mundo a cambio de tu propia Luz”.

A pesar del obvio peligro, ambos hermanos prepararon el ritual. No era un ritual complicado en sí mismo, tan solo runas y símbolos arcanos, el uso adecuado del pergamino y tras esto... bueno, el asesinato de un ser querido era el ingrediente final.

Los estudiosos Tzimisce, en general buenos y bondadosos, convivían con los humanos a pesar de su condición vampírica, de hecho tenían seres a los que querían de verdad entre los mortales. Pero la curiosidad y el ansia de saber y de poder fue demasiado poderoso. Aquel pergamino ocupaba incansablemente sus sueños y sus pensamientos.

Una noche de luna llena, como el ritual indicaba, ambos hermanos llevaron a dos humanos de los más allegados al bosque, lejos del poblado donde vivían. Los vástagos prometieron a los humanos convertirles en sus chiquillos y de ese modo estar unidos para siempre. Era mentira.

Les vaciaron hasta la última gota de sangre e incluso el alma mientras hacían extraños gestos con sus manos, ¿se podía diabolizar a un humano? Nadie lo sabe con certeza pero algo pasó en el instante en el que los cuerpos de los mortales cayeron al suelo sin vida.

Los ojos de ambos hermanos se tornaron rojos como la sangre, con tres marcas negras en forma de lágrimas en el iris, bordeando su pupila.

Horrorizados por su propia obra destruyeron el pergamino quemándolo. No quedó ni el más mínimo resto de él. Nadie debía volver a ver ese manuscrito maldito que les había conducido a la locura y mancharía sus almas por el resto de la eternidad.

Ambos hermanos decidieron que lo mejor era huir una temporada lejos del resto del clan y sobre todo de Dracon. Si su hermano se enteraba de lo que habían hecho quien sabe cómo se sentiría, decepcionado, hundido, impotente. No podían hacer eso.

Dejaron una carta en la mesa de Dracon, argumentando su ausencia para ayudar a unas tribus del norte, que tenían problemas entre ellas e iban a comenzar una guerra.

A Dracon esto le pareció normal, sus hermanos odiaban la guerra tanto como él y tenían poder para evitar desastres y pérdidas humanas innecesarias. Orgulloso y contento el primer Obertus, se sumergió de nuevo en su estudio: “me gustaría tener tanta energía como ellos e intervenir directamente” pensó.

Madara, mentor de Itachi

Pasaron varios años y los poderes de Madara y Sizio crecían a una velocidad que no era natural. Aquellos ojos rojos pronto les proporcionaron un poder ilusorio muy por encima del de sus hermanos. Podían sumergir en un mundo de fantasía o terror a cualquiera que mirasen a los ojos fijamente, salvo entre ellos mismos. Al haber obtenido aquellos maléficos ojos al mismo tiempo, ambos intentaron usar sus poderes contra el otro para ver quién era el más fuerte. No hubo ningún efecto. Los ojos aparte de crear ilusiones permitían ver a través de ellas.

También experimentaron un cambio en la forma de las tres lagrimas que rodeaban la pupila, en el caso de Sizio se trazaron unas líneas negras rectas que unían cada mancha negra a la pupila y en el de Madara estas se unían entre sí.

No tardaron en darse cuenta de que aquello era un paso más en la evolución del ritual que hicieron aquel día. La maldición había comenzado sin que ellos pudieran apreciarla en su fase inicial.

Llegaron a las tierras del norte para mediar entre las aldeas. Sizio parecía realmente interesado en la paz pero Madara había cambiado. Ante las continuas negativas de uno de los dirigentes de parar la disputa sugirió que si guerra era lo que quería, lo más sensato era acabar con ellos rápidamente y así la paz podría volver a reinar. Unas cuantas vidas a cambio de otras que no buscan el conflicto, merecían la pena.

Sizio no podía creer lo que oía.

Sizio. – Hermano que estás diciendo –le dijo con incredulidad cuando se encontraban a solas.

Madara. –  La verdad, a veces hay que extirpar el mal de raíz para que este no vuelva a

Sizio,
hermano de Madara y el Dracon

asolar una tierra hermano mío. Nuestras almas han sido malditas merecidamente, pero el poder que se nos ha otorgado, ha de servir para que aprendamos que ningún otro mal, ha de prevalecer si podemos evitarlo.

Sizio. – La guerra solo trae guerra. La sangre trae sangre y la muerte más muerte. Hermano detente de verdad, tú no eres así…

Madara. – ¡SILENCIO! –grito con rabia– en esta aldea es solo un pequeño mal pero… ¿qué me dices de lo que rodea a Transilvania? ¿EH? Gente ávida de poder que haría lo que fuera por conseguirlo. Yo detendré esto y no quiero volverte a oír hablar del tema.

Sizio. –  Pero.... –balbuceo.

Madara. –  ¡Ya basta! Si no estás conmigo, eres mi enemigo. –miro a Sizio fijamente a los ojos, la humanidad de Madara descendía a velocidad de vértigo y empezaba a no diferenciar lo que estaba bien de lo que estaba mal.

Sizio. –  Eso nunca.  Sabes que no te dejaría solo. –Sizio tenía que devolver a su hermano la cordura, el no sentía ese odio ¿porque su hermano si? ¿Era consecuencia de aquel ritual?

Madara asintió acariciando el pelo de su hermano para acto seguido alejarse en dirección al poblado antes mencionado. Mientras, Sizio quedo derramando lagrimas de sangre suplicando a Dios que su hermano despertase de aquel estado de ira y de locura en el que se había sumergido.

Fue en esa misma batalla cuando algo despertó dentro de Madara. En aquel poblado vivían Vástagos de poder aceptable y la balanza empezó a inclinarse en contra del Matusalén, cuando por puro instinto cerró uno de sus ojos. Una larga y gruesa lágrima de sangre broto lentamente por su parpado inferior y al abrir el ojo, unas terribles llamas más negras que la propia noche empezaron a arrasar a sus enemigos. Incluso el fuego de las hogueras del poblado quedó extinto por el fuego negro generado por Madara. Fue tan solo un instante lo que pasó hasta que volvió a cerrar el ojo. El dolor ocular era terrible, había usado claramente un nuevo poder que no dominaba y sus ojos le quemaban como si ese mismo fuego que había creado hubiera entrado dentro de él.

Sizio vio incrédulo el estado en el que había quedado el poblado. Completamente arrasado en un fuego negro que no se apagó hasta que el ultimo ser quedo completamente calcinado. Con un pesar incluso mayor que el del día del ritual, levantó a su hermano que gritaba de dolor y se lo llevó lejos de allí.

Madara tardó en recuperar la vista y aun así jamás la recupero del todo, ni su condición de Matusalén, con el poder de sangre que eso suponía, fue capaz de sanar aquellos ojos malditos.

Durante los próximos años Madara se dedicó a barrer ciertas aldeas y grupos de indeseables de la faz de la tierra con sus nuevos poderes, mientras Sizio contemplaba impotente la locura de su hermano, hasta que un día, la luz de sus ojos se extinguió por completo.

Sizio comprendió con total claridad de que hablaba aquel pergamino que hace muchos años leyeron:

“Traerás la Oscuridad a este mundo a cambio de tu Luz”.

Ojo de Madara

Madara quedó totalmente ciego, los dolores eran continuos e insoportables y Sizio decidió llevarlo de vuelta a casa, a Transilvania.

No sabía cómo ni a quien contarle todo aquello que hicieron, como fue testigo de la caída de su hermano en la más profunda locura, el poder de esos ojos malditos... ¿también le acabaría afectando a él? “Mejor morir”, pensó. Solo había una posible solución.

Sizio hizo lo único que podía hacer. Pedir ayuda al más sabio de sus hermanos. Dracon recibió una carta de su hermano Tzimisce, que recibió con gran alegría hasta que leyó la última parte: Madara tenía grandes problemas.

Acompañado del Tzimisce Andeleon, experto en temas ocultistas, se dirigieron sin demora al refugio de Sizio y Madara. Pero llegaron tarde, lo justo para presenciar el acto más cruel que habían visto en sus largas no vidas.

Sizio estaba paralizado al lado del camastro de Madara cuando las manos de este, de manera inconsciente parecía, se movieron a la velocidad del rayo a los ojos de su hermano.

Tras escucharse un grito que se debió oír en toda Transilvania, Sizio yacía en el suelo y Madara sostenía los dos ojos de su hermano, uno en cada mano. Como poseído, el Matusalén acercó los ojos de su hermano a los suyos sin luz y un pequeño brillo rojo y negro iluminó la cara de Madara.

Cuando el brillo se apago los ojos de Madara habían vuelto a cambiar, la forma de las líneas unidas a la pupila de su hermano se había fusionado con las líneas entrelazadas entre las manchas negras con forma de lagrima que se presentaban anteriormente en su iris.

La luz se hizo para Madara, una luz que nunca más se extinguiría, una luz que le permitiría abusar de su poder sin consecuencias y que brillaría para toda la eternidad.

Se quedó mirando el cuerpo de su hermano mientras se deshacía. Hizo un gesto de agradecimiento y respeto hacia las cenizas que volaban fuera del refugio y salió al exterior.

Allí estaban Dracon y Andeleon, mirando atónitos la escena. Madara al verles quiso decir algo e hizo un gesto con las manos en señal para que se detuvieran, pero era tarde. Ese acto merecía la muerte, incluso el pacífico Dracon se disponía a pelear.

Ambos hermanos se lanzaron contra Madara dispuestos a matarle, contemplando a medida que se acercaban, sus ojos rojos sin poder apartar la mirada de ellos.

Cuando alcanzaron el cuerpo del asesino cayeron en su error. Tras golpearle varias veces la figura de Madara se fue difuminando en una espiral de viento y despareció.

Era una maldita ilusión, les había engañado y había escapado. Nunca supieron a ciencia cierta qué fue lo que paso en ese refugio y como dos hermanos que se amaban acabaron de esa forma, pero para ellos, no había ninguna excusa.

Esa noche sonó un grito aterrador que podía haber partido en dos el mismísimo cielo.

Era la voz de Andeleon, en aquel momento líder de la zona.

Andeleon. –  ¡TE MATARE, TE DESTRUIRE! QUEDAS DESTERRADO DE LA TIERRA DE NUESTRO PADRE Y POR DIOS JURO QUE SI TE ENCUENTRO ¡¡¡PAGARAS POR TU CRIMEN!!! SERAS PERSEGUIDO, ATACADO Y DEFENESTRADO. ¡¡¡TU Y TU DESCENDENCIA !!! ESA ES MI PALABRA Y  POR LO TANTO… ¡¡¡ES LA LEY!!!

No se volvió saber nada de Madara en más de mil quinientos años.

El Matusalén se dedico a vagar por Asia hasta que volvió a sus cabales y se decidió a construir una comarca dividida en pequeñas aldeas, con otros vástagos de la zona de Tailandia.

Su descendencia aprendió a convivir con los humanos como en su antigua tierra, pero todos sus descendientes vampíricos desarrollaban con el tiempo aquellos ojos con tres lágrimas negras en el iris que rodeaban la pupila.

El sabía que si alguno de ellos perdía el control, como lo hizo él, pasarían al siguiente paso de la maldición que él vivió. Conseguirían un poder que tenia terribles consecuencias. Aunque él pudo romper sus cadenas al obtener los ojos de su hermano, lo tenía claro, a pesar de su poder el precio no merecía la pena.

Tras tantos siglos pero aun algo atormentaba a Madara. Aquellas palabras quedaron en su mente como si hubieran sido grabadas en el mismo fuego negro devastador con el que tantas vidas arrebató antaño y no paraban de sonar en su cabeza.

“Traerás la Oscuridad a este mundo a cambio de tu propia Luz”

 

Itachi, Tzimisce

Itachi Uchiha, 991ª a. C.

Esto sucede muchos años después de la revelación de Madara. Cuando este creo junto con otros cainitas de oriente y occidente una comarca dividida en pequeñas villas y aldeas que vivían de la ganadería, la pesca y la agricultura. Lo normal para un lugar pequeño y apartado de zonas céntricas o importantes.

La descendencia de Madara había perdurado, pero se iba generando con sumo cuidado, tan solo dos vástagos por generación podían ser creados. Esa era la ley y nadie osaba desafiarla aun sin conocer el motivo de la prohibición.

La selección de los candidatos a pasar a una existencia superior, se basaba en algo muy sencillo, los mejores y más aptos jóvenes eran escogidos por su predecesor.

Podían ser los mejores en el arte del espionaje, asesinato, guerra, conocimientos. Lo importante era destacar de manera clara sobre los demás.

Cuando llego el turno de crear descendencia ese año, había un candidato que sobresalía muy por encima de los demás. Su perfección como espía y combatiente, su templanza y su sangre fría le hicieron claro merecedor de la ascensión. Y no solo eso, el propio líder del clan, Madara Uchiha, que llevaba siguiendo la meteórica carrera de su biznieto, impuso que sería el mismo el que le mostraría el camino a seguir.

Esto no sentó muy bien al creador de aquel muchacho, Itachi. Por norma el mentor del chiquillo debía ser su Sire, si bien es cierto, que tras iniciar su adiestramiento con un mentor, posteriormente podían aprender cosas de otros maestros para ser más útiles a la aldea, las cosas básicas debían aprenderlas de su padre vampírico.

A pesar del desacuerdo, nadie discutió las ordenes del Matusalén, así que este empezó a instruirle encauzando el aprendizaje de tal manera que sus cualidades se potenciaran aun mas.

Itachi atendía y ejecutaba las órdenes de su maestro con siniestra precisión. Sus informes como espía eran cada vez más completos. Incluso averiguó los refugios del resto de vástagos de las aldeas contiguas. Una información casi imposible de conseguir, aunque aquello traería muchos problemas en el futuro.

Cuando su entrenamiento básico estaba completo, Itachi practicaba solo en los bosques cercanos. Su hermano pequeño Sasuke, Ghoul de su propio Sire, al igual que sus padres humanos, siempre le acompañaba y se quedaba fascinado por las habilidades de su hermano. El pequeño Sasuke era bastante hábil también y aunque no alcanzaba el nivel de Itachi, podía llegar a ser elegido como segundo vástago de esta generación.

Itachi cuidaba de su hermano, al que quería con locura y le enseñaba pequeños trucos para defenderse o atacar. Se lo pasaban en grande, todo acababa siendo más un juego que una práctica y al volver a casa contaban a sus padres sus progresos.

Fueron buenos tiempos. Si hubiera que decir que Itachi quería a alguien, esos eran sus padres y sobre todo su hermano pequeño con el que era muy protector.

Aquella situación como todo lo bueno no podía durar eternamente.

Pasó el tiempo y la relación entre las aldeas que en un principio era fantástica, con el paso de los siglos se fue enfriando.

Empezaron a nacer rivalidades sobre la potestad de algún terreno, la fuerza de sus guerreros o quién era el más poderoso de los Vástagos de la comarca.

Los espionajes entre aldeas eran muy comunes, tenían sus redes de información y sus soldados por si alguien intentaba iniciar una guerra. Todo esto poco a poco fue incitando a la desconfianza total entre unos y otros. El reinado de Madara estaba llegando a su fin.

Madara vertió todo su conocimiento en Itachi. El uso de los poderes de su linaje, como llegó a convertirse en lo que era, las consecuencias de un uso indebido de sus disciplinas y como desatarse de la maldición que su linaje acarreaba.

El acto de confianza de Madara tenía un porque, sus propios descendientes querían eliminarlo. Las incursiones de Itachi en terreno enemigo, el decreto de Madara de quitar a un chiquillo de la tutela de su Sire y las hostilidades por puro ego entre aldeas, desembocaron en un plan de traición histórico.

Los líderes de todas las aldeas y villas pactaron con los descendientes de Madara, con el Sire de Itachi a la cabeza, para asesinar al Matusalén. Toda esta información fue obtenida, como no, por el mejor espía de la comarca, Itachi. No iba a permitir que aquello sucediera. Incluso descubrió a su Sire en su propia casa convenciendo a sus padres de que debían unirse a la causa.

Los padres aceptaron creyendo realmente que Madara era un estorbo para la evolución de la aldea y sus habitantes.

La rabia que creció dentro de Itachi recordaba a la de Madara de antaño, cuando arraso los poblados del norte, la historia se repetía y Madara lo sabía.

Madara. –  Itachi, se lo que quieres hacer. Si empiezas esto comenzaras una nueva espiral de destrucción de la que es complicado salir, ya te he contado mi pasado.

Itachi. – He de hacer lo que es justo por dos motivos. Primero porque son unos traidores asquerosos y segundo porque si les destruyo nadie podrá pasar esta maldición a sus descendientes. Jamás debiste haber tenido chiquillos. Mi maestro. –dijo con pesar.

Madara. –  Hmmm.... no sabía que la maldición era hereditaria Itachi y aun sabiéndolo ahora, tampoco puedo prohibir a un vástago libre que tenga hijos. Solo podía limitarlo e intentar controlarlo.

Itachi. – Hemos de cerrar el círculo. Hoy mismo. Esta noche, aun no se han organizado y si les dejamos hacerlo pueden acabar con nosotros. –dijo con determinación.

Madara. –  Si es lo que quieres, como mentor tuyo que soy te apoyare. Pero recuerda que ha sido tu decisión, yo solo te estoy apoyando.

No hizo falta decir más, los dos Vástagos comenzaron a asesinar en sigilo a cada uno de los descendientes y ghoules de la familia con rapidez y precisión.

Pero poco a poco, el momento más difícil se estaba aproximando hasta que  finalmente Itachi llego a su casa. Respiro hondo y como si no pasara nada, entro por la puerta principal. Sus padres le saludaron sonrientes como si nada fuera de lo común estuviera sucediendo aquella noche, como si fuera un día cualquiera. Fue lo último que hicieron.

El vástago no vacilo, si se paraba a pensar no podría hacerlo, así que con una enorme rapidez, se lanzo contra sus padres. Atravesó con un cuchillo a su padre y degolló a su madre sin miramientos, frió, con un control absoluto de sus emociones.

Sasuke,
hermano pequeño de Itachi

Cuando alzo la vista de los cuerpos de sus amados padres, en las escaleras que daban al segundo piso de la casa, se vislumbraba la figura de Sasuke, mirando inmóvil y perplejo sin todavía haber procesado en su cerebro lo que acababa de pasar.

En este caso Itachi no pudo hacerlo sin derramar lágrimas. Por primera vez en su vida el gran hombre dudó. Se acerco a él lentamente, abrazo a su hermano con ternura y le susurro al oído.

Itachi. –  Ódiame por esto hermano. Ódiame con toda tu alma y cuando estés preparado búscame y cierra el círculo de una vez por todas.

La katana de Itachi traspaso el pecho de su hermano que murió en el acto.

La historia se repitió, al igual que hace más de 1500 años. Tras la muerte de Sasuke, la forma de los ojos de Itachi mutó. Aunque en este caso Itachi fue mucho más lejos que Madara.

No sabemos si para salvar a su hermano o para librarse de la maldición en un futuro, el joven se rajo la mano y vertió sangre sobre la boca de su hermano. Con el trabajo terminado no quiso quedarse ni un segundo más en aquel lugar y se fue con la sensación de haber solucionado un problema con excesiva dureza y crueldad.

¿Tal vez habría podido haber otra solución? no, no podía haberla era él o ellos.

Aquella noche entre él y Madara acabaron con todos los cainitas y ghoules de la aldea y el resto de la comarca les persiguió durante varios meses sin ningún éxito. A pesar de que el resto de Vástagos que lideraban la comarca eran antiguos y sabios, los conocimientos y el poder del Matusalén marcaban la diferencia en todos los aspectos.

Sabia guiarse por las estrellas, estudiaba el camino con atención y escuchaba los susurros

Ojo de Itachi

de las aves nocturnas que poblaban su peregrinaje como si le estuvieran de alguna manera indicando el camino a seguir.

Con algo de incertidumbre, Itachi miro a su maestro y le pregunto.

Itachi. –  ¿Donde vamos ahora?

Madara. –  A casa.

Itachi. –  ¿A casa?

Madara. –  Si, a nuestro verdadero hogar, Transilvania.

Itachi. –  ¿No… no te expulsaron? –pregunto con cautela.

Madara. –  Sí, pero creo que es hora de explicar lo que ocurrió aquel día.

Itachi. –  ¿La verdad?

Madara. –  La verdad Itachi. Fue mi hermano el que se adueño de mi voluntad y me dio sus ojos. Porque no podía verme sufrir de aquella manera. Lo hizo, a pesar de que estaba sumido en la oscuridad y era un peligro. Me arrepiento de tantas cosas Itachi... –Madara estaba abatido y triste aunque rápidamente se recompuso– pero ya está bien de cometer errores. No se quienes quedaran allí pero debo de encontrarles a los máximos que pueda y contárselo todo… pedirles perdón.

Itachi.  Te ayudare maestro. Haré lo que me pidas. Yo tampoco estoy contento con lo que he hecho –Itachi estaba pensando tanto en perdonar la vida a su hermano, como en quitársela a los demás, las cosas a medias dejaban un mal sabor de boca siempre.

Madara. –  Tu caso es peor que el mío. Tu maldición acaba de comenzar. Si usas tus poderes sin controlarlos acabaras ciego, no volverás a ver nunca Itachi. –dijo muy serio.

Itachi. –  ¿Y si mantengo el control?

Madara. –  Mientras lo mantengas no te ocurrirá nada. Pero somos inmortales y tenemos mucho tiempo para fracasar ¿me entiendes?

Itachi. –  Intentare usar esas llamas negras, de las que me hablaste, lo menos posible mi maestro y si lo hago procurare dominaras. Soy el vástago más apto y capacitado que el clan ha creado, si alguien puede mantener el control, soy yo.

Madara. –  Escucha bien –los ojos del mentor se clavaron con ira y odio en los de Itachi– ¡NADIE! ES APTO PARA USAR ESE PODER, ¡¡¡NI SIQUIERA YO!!! ME ¡¿HAS ENTENDIDO?! –instantes después con algo más de calma– Tienes razón en que eres especial, no lo voy a negar, por eso te elegí. Pero aparta tu exceso de confianza de la ecuación o puedo decir desde ya que has muerto.

Itachi. –  Perdona maestro. Tienes razón no soy más que un Ancillae y tengo delirios de grandeza. No volverá a ocurrir, te lo prometo –agachando la cabeza e inclinándose ligeramente.

Durante el larguísimo viaje a Transilvania, Madara enseño a Itachi todo lo que sabía de los poderes que había heredado y la mejor manera de dominarlos. Las cosas que sabía de los Tzimisce de la zona y sobre todo del peligro que corrían al volver.

Madara era un Vampiro de un poder individual extremo, pero no tenía ninguna influencia política, ni aliados, ni conocidos que no le quisieran matar desde antes de Jesucristo y eso al que mas en peligro ponía era a Itachi que tenía tan poca influencia como su maestro pero ni la décima parte de su poder.

El Matusalén sabía que por muy fuerte que fuera si hacía demasiado ruido o si se pasaba de listo acabaría cayendo, así que decidió que se mostraría lo mas pacifico posible si había problemas.

Transilvania, 1196 a. C.

Finalmente llegaron a Transilvania.

Fue pasar una línea imaginaria que marcaba la frontera y la cara de Madara se lleno de paz. Era la primera vez que Itachi veía sonreír a su mentor con autentica felicidad. Siglos y siglos sin ver tu tierra, debía ser terrible tener que soportarlo.

A veces la inmortalidad no es tan buena, pensó el joven vampiro.

Viajaron con una túnica que les tapaba de arriba a abajo y un sombrero aplastado y grande de paja, que cubría la parte de la cara que la túnica no abarcaba. Un atuendo muy extraño pero eficaz para que nadie les viera los ojos y evitar preguntas incomodas.

Para volver a la zona de nacimiento de Madara, necesitaban información y quien mejor que un especialista como Itachi para conseguirla. Por cada poblado o ciudad que pasaban salían con nuevos datos sobre los Vástagos que habitaban la zona y hacia donde tenían que dirigirse.

El lugar ahora se llamaba Bistriz y para alivio de ambos, estaba regentado por un Tzimisce que a pesar de no ser el líder de Transilvania era su mano derecha.

¿La mano derecha de quien? No sería de Andeleon, pensaron, porque si era precisamente a él, al primer hermano de Madara, al que encontraban, ya podían ir dándose la vuelta y volver sobre sus pasos o iban a pasar un rato desagradable. Primero tenía que convencer al resto y dejar al más cabezota para el final.

En las proximidades de Bistriz, un Vástago, dedujo por su aspecto que era Gangrel, con las garras en sus grotescas manos, gravemente herido y lleno de rabia se encaramaba a un carro y saltaba con energía intentando atrapar a dos.... ¿magos? ,no lo sabían a ciencia cierta.

Tiberius. –  Tremeres asquerosos, bajad de ahí y pelear ¡COBARDES!

Los magos flotaban cerca del Cainita con forma animal, preparándose para asestar un clarísimo golpe final que acabaría la disputa de una vez por todas.

Madara. –  Itachi espera aquí, no quiero derramar sangre nada más llegar.

Itachi se quedo donde estaba y su mentor se aproximo hasta el Gangrel, el sabia que los Gangrel habitaban esas tierras desde hacia muchísimos años, y de los otros no sabía absolutamente nada, así que estaba claro a quién debía ayudar.

Con gran calma, se interpuso entre los magos y el Gangrel. Los tres combatientes le miraron confusos, ¿qué demonios estaba haciendo ese idiota?

Se acerco a Tiberius y le puso la mano en el hombro.

Madara. –  Tranquilo hermano Cainita. Ya estas a salvo. Itachi nos vamos. –Alzo la voz.

Madara desapareció delante de los Tremere, que no tenían ni idea de que estaba pasando, e

Tiberius, 
Gangrel criado del Conde Radu

Itachi ya se había escondido con gran sigilo para cuando los dos seres flotantes giraron la cabeza. Se miraron entre ellos sin saber muy bien que decir, ¿qué había pasado? ¿Ofuscación? ¿Que había sido aquello?

En una zona ya más apartada de la pelea:

Tiberius. –  Gracias, te debo una, ¿Quién eres?

Itachi. –  Somos Tzimisce –interrumpió–  Buscamos al regente de Bistriz.

Tiberius. – Yo soy Tiberius, estoy al servicio del conde Radu, regente de la zona, por lo que estáis de suerte. Normalmente necesitaríais una audiencia y un permiso para verle, pero voy a llevaros personalmente ante él, en compensación por ayudarme contra aquellos dos Tremere.

Madara. –  ¿Que es un Tremere? –pregunto inocente.

La cara de Tiberius era un libro abierto ¿cómo que qué era un Tremere? ¿De dónde habían salido estos dos?

Disimuladamente el codo de Itachi se incrusto en las costillas de su viejo maestro.

Itachi. –  Ya sabes lo que es, deja de intentar dar conversación a nuestro amigo.

Cuando hace una buena obra tiende a preguntar de todo para hacer migas con los que le rodean – dijo con cara de poca paciencia.

Tiberius. –  Bueno. Está bien yo os llevo y allí ya le preguntareis a mi señor lo que os dé la gana. ¿Y esas ropas? ¿Y ese sombrero? ¿De dónde venís? Sois muy raros ¿sabéis?

Bueno me da igual a mi no me interesa saber todo eso, el que os lo tiene que preguntar es mi Señor Radu.

Esa misma noche llegaron a un gran castillo que se antojaba claramente como el refugio de un Vástago importante. Con Tiberius a su lado, nadie les puso problemas y llegaron a una gran sala donde sentada en un trono se dibujaba un imponente figura.

Tiberius. –  Ya he vuelto... mi Señor…y traigo compañía…

 

Conde Radu,
Príncipe Tzimisce de Bistriz